Por Gastón Fiorda internacionales

Vietnam: el día que dio una lección al mundo

A las 8:00 de la mañana, del 30 de abril de 1975, las máximas autoridades del gobierno de Saigón, Duong Van Minh, Nguyen Van Huyen y Vu Van Mau no tuvieron más remedio que declarar unilateralmente la entrega de su administración al Gobierno Revolucionario Provisional de la República de Vietnam del Sur. Vu Van Mau preparó una declaración de una hora que Minh transmitió, a las 9:30 horas, por la estación de Radio Saigón, a toda la República de Vietnam. Un poco más tarde, el general Nguyen Huu Hanh comunicó, también por Radio Saigón, la Declaración de Traspaso de Gobierno y la instrucción de deponer las armas. Le llevó algunos minutos al general del ejército de survietnamita, Nguyen Huu Hanh, llegar al Palacio de la Independencia, donde esperaba encontrarse con el presidente Van Minh. Ya no había guardias; no quedaba más nadie. Para entonces, las calles de la gran ciudad del sur de Vietnam comenzaban a llenarse de bullicio.

Frente al palacio, Hanh vio un jeep y un automóvil GMC llenos de soldados del Frente Nacional de Liberación. En ese momento sonó el teléfono de la oficina de jefatura de Gabinete; era un mayor solicitando reunirse con el general de brigada Nguyen Huu Hanh. Antes de que terminara la conversación, en la que hablaban de ganar tiempo –al menos 24 horas para convencer a China de que facilitara una tregua y posterior negociación con el gobierno de Hanói–, irrumpió el ya mítico tanque 390 del Frente Nacional de Liberación contra las vallas del Palacio de la Independencia, abriendo el paso hacia el triunfo definitivo.

En el interior del Palacio, que ofició por muchos años como cuartel general del alto comando norteamericano, el coronel Bui Van Tung, comandante de la vanguardia norvietnamita, fue recibido por Duong Van Minh, quien lo esperó para transferirle el poder. No hay duda de la transferencia del poder –dijo Bui Van Tung–, puesto que su poder ya no existe. No puede darme lo que no tiene. Afuera comenzaban a escucharse los estampidos de armas de fuego. Nuestros hombres sólo están festejando, no deben temer. Entre vietnamitas no hay vencedores ni vencidos; sólo los americanos han sido abatidos. Si son patriotas consideren con alegría este momento. La guerra por nuestra patria ha terminado.

Lo que ocurrió después representa la estratagema de un pueblo comandado por los principios de autodeterminación e independencia sin mediaciones entre la vida y la muerte como refiere el excombatiente Le Huu Vuong en su testimonio para este periodista: “teníamos hambre, podía ocurrir que pasáramos 4 a 5 días sin comer. Sé que suena extraño, como si fuera un mito, pero créanme que, en Vietnam, durante la guerra, la vida y la muerte eran lo mismo, sólo cuestión de horas y minutos”. A la victoria final le sobrevino una felicidad extrema, nacida de las propias entrañas del pueblo, como bien lo cuenta Hoang Thi Khanh, otro excombatiente: “cuando escuchamos la noticia de que Saigón había sido liberada, sentimos que estábamos oficialmente vivos y que podíamos regresar a casa con nuestras familias y amigos”.

Era el tiempo de recuperar el silencio de los bosques, de las montañas y los ríos, tan afectados por los bombardeos, los agentes químicos y los más de 10 mil días de combate. Eran tiempos de recuperar la paz, de dejar de temerle a la muerte. Tran Quang Hoan, primer embajador vietnamita en Argentina coincide en definir aquel 30 de abril de 1975 como el día de “la victoria contra el régimen de Saigón; una victoria que significaba la paz, el fin de la guerra. Todo sin demasiadas estridencias porque sabíamos que del otro lado también había vietnamitas. Habían muerto muchos. No podíamos celebrar eso. Celebrábamos el inicio de los tiempos de paz, y la posibilidad, después de mucho sufrimiento, de tener un país unificado”.

Fue una guerra no convencional, sin líneas de frente, con combates que se dieron fuera de las zonas delimitadas, sobre población civil, aldeas y en los nudos selváticos. Triunfó la estrategia del Vietminh y del Frente Nacional de Liberación de someter a Estados Unidos a una operación de desgate, muy costosa, que despertó la crítica internacional y de una parte importante de la sociedad norteamericana.Su incursión militar en la península de Indochina dejó un saldo en víctimas enorme: más de 58 mil estadounidenses muertos, 250.000 survietnamitas y cerca de un millón de soldados de Vietnam del Norte, entre el Vietminh y el Frente Nacional de Liberación. A eso hay que sumarle cerca de 2 millones de víctimas civiles.

El fin del conflicto armado también sirvió para que se conociera el rostro más brutal de la guerra, con soldados que habían sido obligados a disparar contra sus propios hermanos por combatir en las filas contrarias; enlos cientos de postales que mostraban a un Vietnam despedazado, con sus rutas y calles inundadas de cascos, botas, armas, municiones y uniformes de combate. La guerra había gestado un escenario apocalíptico que se extendía por cientos de kilómetros. Sin embargo, debajo de esos mismos escombros, había un pueblo que no perdió tiempo en la tarea de hacerse visible y abandonar para siempre la oscuridad de los túneles y de la selva.

Vietnam se da hoy la tarea de asegurarse la vida, reconfigurando sus prioridades, sin perder de vista las condiciones que permitieron definir su propia identidad, sabiendo que la guerra, lejos de ser un conflicto acabado, resulta una herida profunda con traumas que se reviven en la actualidad. Sin embargo, su pueblo no habla ni actúa condicionado por el odio. Se permitió formas no violentas de redimir la tragedia. Se otorgó la posibilidad de crecer en base a sus convicciones con políticas activas de reparación histórica y preservación de la memoria. Los escombros no lo convirtieron en un país con una violencia colectivizada. Vive en paz, integrado a un mundo que no le hace fácil la tarea.



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