COLUMNA DE OPINIÓN

Nuestros próceres y la ingratitud de la contemporaneidad

Cada fecha en que se conmemora el fallecimiento de uno de los hacedores de la historia Argentina, retornan los interrogantes sobre el porqué de la recordación de la fecha de su muerte. Diferente es en otros países sudamericanos donde se festeja el nacimiento (Ésta diferenciación no califica).

Para algunos de los hombres y mujeres que escribieron, escriben y revisan aspectos de nuestra historia, para la determinación se tuvo en cuenta el calendario escolar. Es que, por ejemplo, si el acontecimiento fuera realzar el Día de la Bandera, ello aconteció un 27 de febrero, mes de vacaciones, por lo que no se podrían enseñar los motivos de aquel primer izamiento. De manera tal que se eligió un día como ayer, en pleno ciclo lectivo. Para atenuar el impacto del significado de la muerte, a los chicos se les inculca eso del  “Paso a la Inmortalidad”.

Otros criterios argumentan que solo tras los decesos se pueden evaluar las obras; no antes (menos en los nacimientos).

Ayer conmemoramos el Día de la Bandera. Rendimos nuestro homenaje al brillante Manuel Belgrano. No fue así cuando murió en la pobreza el 20 de junio de 1820. La gran mayoría no se dio por enterada. Refiere el historiador Felipe Pigna que “solo un diario, El Despertador Teofilantrópico”, ocupó unas pocas líneas al hecho.

Algo similar sucedió cuando, treinta años después, falleció el General Don José de San Martín con la honra como único capital. En una Buenos Aires dividida, más cerca de la anarquía que de la grandeza que había soñado en su gesta libertadora, se ignoró deliberadamente su muerte en Boulogne-sur-Mer. Solamente aquí, en Mendoza, hubo expresiones de pesar.

¿No será que aquel ninguneo de la contemporaneidad de nuestros próceres avergonzó a las generaciones posteriores obligándolas a acciones reivindicatorias a como fuere?

Por Roberto A. Bravo