ENETREVISTA

GUSTAVO ABAT, de Bragado y con amor.

Fue hace un cuarto de siglo en que él llegó a estas playas. Su hermana había hecho punta y fue en su casa que entró a conocer la cambiante sociedad fueguina: esa que se enriquece en el molde de tantas migraciones.

Había de salido de su pueblo en un tiempo sin mayores horizontes, cumplido el Servicio Militar, disparó para el sur.., y el sur lo atrapó.

Hoy se encuentra al frente de un comercio que nació de su unión con Sandra y lo que era una carnicería y pollería de barrio se va consolidando en lo que ahora es –practicamente- el centro de Río Grande.

El arrabal ripioso es hoy una arteria de mucha circulación, a metros se encuentra el gremio docente, la Policía Federal, y también importantes establecimientos educativos. Mucha gente que anda por ellos hace pie en el negocio que lleva el nombre de su amada.

Ella ha dejado hace poco su pasión de instructora gimnástica para acompañarlo en las tareas cotidianas, algunas de ellas. En la conversación se van deslizando nostalgias, y también algún lagrimón, cuando recordamos a Jesus –su suegro.., un abuelo maravillado.

Hubo un momento que con ayuda de la familia montaron un negocio en Zárate, buscando mejor clima, pero después de un asalto volvieron a esta Tierra del Fuego donde se sienten más seguros,

Hay en la conversación detalles sobre lo cotidiano, de las crisis superadas, del hijo que quiere ser artista y estudia allá lejos.

Abat es un muchacho nervioso, cada vez menos muchacho, quizá al mismo tiempo menos nervioso; sabe que de esta no se va a escapar: encontró en la Isla su forma de vivir, trabajando, trabajando…