Análisis, por Sergio Tagle Córdoba

FdT: las derrotas electorales son también fracasos sociales y culturales

Describo una escena que transcurrió ayer en un hospital público de Córdoba. Una señora grita  frente a la ventana de recepción. Dice a los gritos ¡atendeme bien que yo te pago el sueldo con mis impuestos! Después, también a los gritos, se va profiriendo insultos, puteadas clásicas. Después retomo esta escena.

El domingo asume la presidencia Javier Milei y Alberto Fernández entrega los atributos del poder. Esta derrota debiera ser objeto de una autocrìtica y de hecho muchos dirigentes de Unión por la Patria lo están haciendo.  Ahora propongo concentrarnos en derrotas sociales, culturales

La batalla cultural kirchnerista o progresista fue  derrotada. O fue arrinconada y está a la defensiva.

La cultura por la cual batallaba, la cultura de la ampliación de derechos, del Estado Presente, de la igualdad de oportunidades, de la inclusión de diversidades, no se transformó en hegemónica, es decir, no se transformó en sentido común mayoritario.

Esto es lo que dice, lo que propone la teoría gramsciana creadora del concepto “batalla cultural”.

El programa de televisión 678 empezó a mencionar el concepto y a popularizarlo en el núcleo duro kirchnerista. Sus periodistas se presentaban como “periodistas militantes” que llevaban adelante eso, una “batalla cultural”. La idea todavía resuena en el canal C5N. Podríamos decir que esta batalla màs de 15 años. Y los resultados están a la vista.

Para la señora que gritaba en el hospital su derecho a la buena atención porque ella con sus impuestos les paga el sueldo a las empleadas, para esta señora no es evidente que en rigor está haciendo uso del derecho a la salud pública que se la brinda el Estado, en este caso provincial. Que además le da medicamentos gratuitos. Para esta señora y muchísimas personas no es una obviedad que a esos servicios no se los garantiza la medicina privada.

Subrayo dos palabras: evidente y obvio. Una batalla cultural conquista hegemonía cuando transforma a sus valores en sentido común.Es decir, cuando logra que la mayoría considere obvio que la salud, la educación, YPF, la ciencia y la técnica no pueden funcionar con lógicas de mercado.

Un cambio cultural presenta indicios de transformación cuando mucha gente considera evidente que todos tienen derecho al trabajo y que el salario debe ser, por lo menos, igual al de la canasta familiar.

La batalla cultural que comenzó formalmente en el 2007, 2008, no alcanzó sus objetivos porque entendió la traducción práctica de ese concepto como “bajada de línea”, como sectarismo, como imposición de los propios puntos de vista.Y no son así las cosas.

Las calles, en general, fueron abandonadas por el kirchnerismo durante estos cuatro años. Fue una derrota por omisión, por ausencia. Los movimientos sociales actuaron más con disciplina partidaria que con una autonomía respecto de los poderes y solo dependiente de los intereses y necesidades de sus bases.

Las verdades que orientaron a los movimientos oficialistas fueron estos:una: “Si el gobierno es peronista no se protesta porque un gobierno peronista, por su propia naturaleza, garantiza la justicia e inclusión social”. Dos: “Protestar es hacerle juego a la derecha”. Hoy podemos ver cuánto juego se le hizo a la derecha no protestando, no criticando.

Podemos pensar que si los movimientos sociales hubiesen puesto toda su fuerza en las calles para presionar, para pedir, para señalar errores al gobierno de Alberto Fernández, quizá el gobierno del Frente de Todos hubiese sido mejor.

La CGT merece su propio capítulo.

La vinculación de lo social y lo cultural con gobiernos de orientación popular debe ser desde una autonomía no confrontativa y crítica cuando sea necesaria. Pero la base siempre debe ser la autonomía. De lo contrario, los resultados no serán buenos.

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