COLUMNA DE OPINIÓN

Bancos provinciales: “El dolor de ya no ser…”

Durante más de un siglo, Mendoza integró el selecto grupo de provincias que tenía esa fabulosa herramienta financiera que es un banco. Es más; llegó a tener dos: el Banco de Mendoza y el de Previsión Social.

 

Mendoza como Buenos Aires, Corrientes, Formosa, La Pampa, Chaco, Santa Fe, La Rioja, Catamarca, Tucumán, Neuquén, Río Negro, San Juan, Córdoba, Entre  Ríos y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; 15 de los 24 estados si se considera como tal a la ex Capital Federal.

 

El Banco de Mendoza fue creado el 29 de agosto de 1888 por el gobernador Tiburcio Benegas, con un capital de 5 millones de pesos de entonces. Hacia el año 1934 hubo una refundación producto de un crecimiento en todo sentido.

 

El 30 de noviembre de 1996, el gobierno de Arturo Lafalla (en sintonía con la Venta de las Joyas de la Abuela menemista) regaló la entidad al consorcio Banco República-Magna Inversora con Raúl Monetta como presidente y principal accionista. Y realmente fue un regalo. Tanto que durante dos jornadas se pospuso el traspaso porque el Ejecutivo Provincial no juntaba la plata para que los nuevos dueños pagaran despidos…

 

Monetta era, a los ojos de aquel gobierno, un mecenas. Así también lo consideraba gran parte de la sociedad mendocina. Los diarios de la época titulaban, por ejemplo: “Raúl Monetta hizo posible que el pueblo mendocino viviera gratuitamente el gran espectáculo de caballos que, año a año, brinda en el Estadio Mundialista”.

 

La euforia duró apenas 2 años, 4 meses y 8 días: el 8 de abril de 1999 el Banco Mendoza (como fue rebautizado) cerró sus puertas. Tenía 82 sucursales y casi mil empleados.

 

La historia (emblema de la corrupción que quiso disfrazarse de ineficiencia) no nos avergonzó. Al menos no lo suficiente. Los protagonistas (e incondicionales adherentes) no se ruborizan siquiera cuando se recuerda que Su Negocio nos costó a los mendocinos cerca de 900 millones de dólares por la paridad 1 a 1.

 

“El dolor de ya no ser”. Y “la vergüenza de haber sido…” 

Por Roberto A. Bravo