COLUMNA DE OPINIÓN

Educación: se impone dejar atrás los complejos

La semana pasada hubo una información que pasó casi inadvertida por el bombardeo mediático de hechos judiciales, políticos y hasta futbolísticos. El jueves se firmó en París un convenio de cooperación entre Finlandia y Argentina (Memorándum de Entendimiento en el Ámbito de la Educación). Establece que el país escandinavo nos asesorará en materia de diseño del sistema educativo, nuevas pedagogías, formación docente y fortalecimiento de ambientes escolares inclusivos para paliar efectos de Bullying y violencia, entre otros no menos importantes ítems.

 

En nuestra columna del 17 de mayo próximo pasado, al referirnos al aburrimiento de los chicos en la escuela, decíamos que, según los especialistas, Finlandia (la nación mejor conceptuada en materia de educación) exhibe un modelo exitoso que, lejos de lo que muchos suponen, no es muy distinto al que los argentinos supimos conseguir.

 

En tal sentido,  puntualizábamos que la pedagogía está por sobre la tecnología; el celular se usa solo si el educador lo autoriza para una actividad pedagógica (sabe que la clase fracasa si, mientras explica, el alumno pone al día sus redes sociales). El papel (cuadernos, libros, carteles) sigue primando al igual que las pizarras convencionales. Y, finalmente, los contenidos no se ubican en el centro de la escena. Lógicamente se aggiornan aunque sin modificar la esencia.

 

¿Cuál es la diferencia sustancial? Como siempre, la que marcan los seres humanos. Mientras gobernantes y educadores finlandeses han respetado (y hacen respetar por los educandos) el modelo por el que optaron hace un siglo, nosotros llevamos un siglo creando leyes y modificando políticas educativas haciendo cierto aquello de Cada Maestrito con su Librito.

 

¿Falta de inteligencia y humildad, sobra de complejos? Valoraciones al margen, a los argentinos siempre nos ha costado aceptar que podemos interpretar modelos ajenos por más buenos que sean. La historia muestra fracasos por la tozudez crónica que impide imitar lo positivo (“Hacemos la nuestra”). A punto tal llega el rechazo que, a quienes fueron críticos de esas actitudes, les valió, incluso, el mote de vendepatrias. Exacerbado y falso nacionalismo.

 

Para superarnos, es necesario combinar inteligencia y pragmatismo y, por sobre todo, estar convencidos, muy convencidos, de lo que pregonamos: la educación es la herramienta más poderosa para el progreso de los pueblos.

Por Roberto A. Bravo