COLUMNA DE OPINIÓN

16 de junio de 1955: el golpe sanguinario

Cerca de éste mediodía, se cumplirán 62 años desde que el presidente Juan Domingo Perón salió con cierto sigilo de su despacho de la Casa Rosada, y se subió a un automóvil que emprendió la marcha raudamente. Lo transportaría a cuadra y media, el entonces Ministerio de Guerra, hoy Edificio Libertador. Creyó que sería el sitio conveniente para esperar un golpe de estado que era silencio a voces.

La intentona golpista, además de cruenta, fue burda; el intento de magnicidio se materializó bombardeando Plaza de Mayo, Casa Rosada, Avenida Paseo Colón, Avenida de Mayo, Congreso, residencia presidencial (Donde hoy funciona hoy la Biblioteca Nacional) y adyacencias.

Las bombas y metrallas de la aviación naval causaron entre la población civil (incluidos escolares por el horario) estimativamente 300 muertos y mil heridos. Esa misma noche, grupos armados vinculados al gobierno incendiaron la Curia y una docena de iglesias. Es que, días antes, más de cien mil personas habían participado del Corpus Christi; El fervor religioso había cedido paso a la reacción de sectores medios y altos contra lo que consideraban una ofensiva peronista anticatólica.

Por la forma, magnitud, ausencia de guerra y la decisión de atacar blancos civiles, los sucesos de hace 62 años fueron tan cruentos como impares.

Fue singular, a la vez, la reacción de Perón. A ningún otro presidente constitucional amenazado por un golpe de estado se le ocurrió, ni antes ni después, buscar protección en la comandancia del Ejército. El estallido de todos los vidrios de las ventanas lo convenció de refugiarse en el subsuelo.

Aquel jueves 16 de junio de 1955 estaba previsto un desfile aéreo, con punto de observación privilegiado para el General en la Plaza de Mayo, en homenaje a San Martín. Muchos pensaron que Perón lo miraría desde la terraza de la Casa de Gobierno; la idea nunca estuvo en sus planes.

El presidente, debilitado, derrocado definitivamente tres meses más tarde, optó por no investigar el descabellado intento.

Aquella era una Argentina polarizada, partida en mitades por peronismo y  antiperonismo. Aquella era una Grieta.

Por Roberto A. Bravo